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EL HEART EN LA PALABRA

Yo soy el Army

Ilán Stavans



A diario me topo con anuncios en spanglish en la televisión norteamericana. No me refiero ahora a las cadenas en español sino a las de habla inglesa. El año pasado, por ejemplo, en un comercial que parecía repetirse tantas veces como minutos tiene una hora, un hombre que se las ingeniaba para morder una hirviente tortilla de maíz y alargar una sonrisa del tamaño de la pantalla, afirmaba en un castellano quebrado: "Yo quiero Taco Bell." La frase ha entrado ya en la memoria colectiva nacional. Aparece a cada rato en chistes eróticos y en comentarios políticos.

Pero quiero dedicarme en esta columna a una campaña que invade los medios de comunicación en las últimas semanas. No sin sorpresa he descubierto que mientras el presidente Bush prepara a los Estados Unidos para un posible enfrentamiento bélico con Sadam Hussein, al igual que lo hizo su padre antes de la Guerra del Golfo Pérsico hace una década, se han multiplicado los avisos publicitarios que promueven a las fuerzas armadas como una opción viable. Estos anuncios, sin embargo, son radicalmente distintos a los que invadían las ondas radiales y la imprenta a principios de la década de los noventa. Esa diferencia se nota en la campaña en boga en los medios de comunicación en español.

He recortado un aviso que encontré en una revista latina popular. Lo tengo frente a mí ahora mismo. Su tamaño es de una página entera. Los colores que predominan en él son el café, el sepia, el anaranjado y el amarillo. Frente a nosotros está la fotografía de una madre con su hijo. La madre tiene unos cincuenta años. Él tendrá unos dieciocho. La extracción social de ambos es mestiza, probablemente mexicana. (Cuatro de cada siete hispanos en la Unión Americana es de origen mexicano. Simétricamente, uno de cada seis mexicanos en México vive del otro lado de la frontera norte). La madre parece modesta. Tiene los labios ligeramente pintados y el cabello recogido. Viste un suéter de lana, encima del cual luce un crucifijo brillante. Nos mira atentamente con confianza a través de una sonrisa orgullosa. Detrás de ella está el hijo. Su silueta es algo más borrosa que la de la madre. Él parece formal: su vestimenta es pulcra y está bien afeitado. Su gesto facial es serio.

El encabezado del aviso es llamativo. En la sección superior izquierda, se lee en letra mayúscula: YO SOY EL ARMY. El mensaje me hace pensar en aquella frase benemérita de Ortega y Gasset, en un lenguaje cruzado que, por supuesto, el filósofo no alcanzó siquiera a imaginar: "Yo soy I and my circunstancia". Las únicas otras palabras legibles están en mayúsculas también: U.S. ARMY. El observador cauteloso que estudia el anuncio pronto descubre más información. Escondidas en la parte superior de la página hay dos o tres oraciones importantes. Una de ellas dice: "Él siempre logra lo que se propone, por eso es mi orgullo. Ahora él es el orgullo del país. Él es un militar: ÉL ES EL ARMY".

Por décadas, las fuerzas armadas norteamericanas han sido un imán para los jóvenes latinos. El porcentaje en las filas es elevado. Su participación en las últimas guerras –de Vietnam a Somalia y los Balcanes– se nota en el número de víctimas cuyos apellidos son Hernández, Ramírez y López. El ejército en los Estados Unidos es una institución que promete una posible salida rápida a los ciclos de pobreza y crimen en comunidades como la puertorriqueña del noreste del país y la mexicana del suroeste. Es del saber común que aquellos latinos que se enlistan lo hacen para escapar de las deplorables condiciones de sus barrios y la promesa de una educación estimable, un salario permanente, lo mismo que hipotecas, préstamos a baja tasa de interés y otros alicientes tanto personales como familiares. A cambio de ello, el militar está dispuesto a convertirse en un símbolo.

En letra minúscula, se lee en la parte superior del aviso: "Sra. Mª Luisa Hewitt. Madre del PFC Howard F. Hewitt. Artillero de Equipo/MP. ÉL ES EL ARMY™. The United States Army." Ella es posiblemente una inmigrante que contrajo nupcias con un anglosajón. El grado de asimilación queda claro en el primer nombre del soldado: aunque no parece hispano, Howard F. Hewitt habla español mal e inglés no del todo.

En casa probablemente la madre utiliza el idioma de sus ancestros y el padre el de los suyos, de lo que resulta un individuo que ni es de aquí, ni de allá. ¿A qué se debe el entrecruzamiento del español con el inglés? Madre e hijo entienden lo que está en juego: su pasado, presente y futuro. El latino que se siente parte integral de la Unión Americana está dispuesto a luchar por los ideales fundacionales a toda costa: la libertad, la justicia y la búsqueda de la felicidad. A pesar de su inocencia aparente, el anuncio tiene connotaciones religiosas: el crucifijo en el pecho de la mujer es el punto más llamativo en la fotografía: es decir, el crucifijo es el corazón de la imagen. Ella tiene la fe puesta en Dios, en su propio hijo y en la nación que les sirve de escenario.

Dice la página en su parte inferior: "Encuentra una de las 212 maneras que hay para llegar a ser el ARMY. Visita <goarmy.com> o llama al 1-800-USA-ARMY". No me queda claro el porqué del número 212. Se me ocurrió que la cifra podría ser una mera abstracción: 212 es lo mismo que 1.000 o que un millón de millones. Pero me invadió la duda, por lo que llamé al número telefónico listado.
La cadete que me contestó hablaba un spanglish impecable.

Ilán Stavans tiene la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College.

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