No
estaremos en el grupo de grandes países, ni tendremos la categoría
que nos corresponde, al contar con una lengua como el español, si no sometemos
la enseñanza del español a un proceso de internacionalización.
La enseñanza del español para extranjeros en
el siglo XXI tiene un punto de vanguardia en lo que ha de ser el próximo
reto: la internacionalización de la oferta educativa española. Debemos
pasar de vender español de España a vender Enseñanza en Español.
Tecnología, investigación, enseñanza. La enseñanza
en español para extranjeros sería la puerta de entrada de alumnos
internacionales al conjunto de nuestra oferta educativa. Son varias las razones
que deberían por sí mismas animarnos a afrontar ese reto.
Razones políticas. Ningún estado que aspire
a estar entre los diez países con más PIB (Producto Interior Bruto)
del mundo puede dejar de ser percibido como proveedor de una educación
internacional de calidad. Esto es más verdad, si cabe, si el siglo XXI,
como aseguran los expertos, va a ser el siglo de la transmisión del conocimiento.
Un ejemplo cercano de lo que exponemos es Canadá, un país con mayor
renta per cápita que España pero con menor peso político
en la escena internacional, que, sin embargo, es reconocido como uno de los grandes
proveedores educativos. Don Felipe, Príncipe de Asturias, estudió
allí.
Razones demográficas. El descenso de la natalidad
en España deja las aulas vacías y provee al sistema educativo de
una sobredimensión de recursos humanos y materiales que serían utilizados
más apropiadamente si se diese ese proceso de internacionalización.
Razones económicas. Los estudios internacionales
pueden ser una inyección formidable de recursos financieros, como así
lo demuestran las cifras que aportan a la economía de EE UU, Canadá,
Reino Unido, Francia y Alemania.
Aceptemos el reto. Queremos pertenecer, y lo intentaremos por
todos los medios, a ese selecto club de países. La universalización
de nuestro idioma nos capacita y nos obliga a conseguirlo.
[...] Quijano elige el nombre de Don Quijote
de la Mancha, siguiendo la tradición de incluir la patria, pero luego va
cambiando: va a ser el Caballero de la Triste Figura, nombre que procede de Sancho,
al ver que presenta "una muy triste figura"; y tras aquella extraña
victoria sobre los leones desdeñosos, se llamará el Caballero de
los Leones, y todavía, después de su vencimiento en Barcelona, decidirá
ser el pastor Quijótiz. Nombres que significan nuevos proyectos, nuevas
trayectorias. La última no muy sincera, algo con lo que está dispuesto
a contentarse, pero que no le sale del fondo. Y cuando va a morir acepta y reconoce
su persona con una cordura recobrada y hace su balance; no es que reniegue de
su figura quijotesca, es que desde la altura de esta recapitulación final,
al contemplar todas esas trayectorias podría volver a decir "yo sé
quién soy".
Pero todo eso se refiere a Don Quijote. ¿Y Cervantes,
que es quien primariamente nos interesa? Cervantes es muchas cosas. Hijo de familia,
estudiante –no demasiado–, luego será, y con particular intensidad, soldado.
Después, algo inesperado, totalmente azaroso, impuesto desde fuera: cautivo.
Trayectoria enteramente ajena a sus proyectos, pero en alguna medida aceptada,
incorporada a ellos, porque no se limita a soportar la condición de cautivo,
sino que la adopta activamente; se comporta frente a ella como cree que es debido,
principalmente tratando de evadirse.
Julián Marías Cervantes
clave española.
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