Uno es el poeta. Antología
Jaime Sabines
Edición de Carmen Alemany Bay. Visor, Madrid
2001, 140 págs.
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La poesía es un destino, afirmaba Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez,
1926- México D.F., 1999) como quien ha tenido más de una vida para
averiguarlo. De esa predestinación casi visionaria parte la poesía
de Sabines, de esa manera tan sencilla de vivirse, de sentirse solo, de amar o
de abocarse a la sombra de lo cotidiano. La reciente aparición de la antología
poética de este poeta (Madrid, 2001) nos sugiere una breve travesía
por su trayectoria poética.
Cada uno de sus libros es un destino solitario que busca explicarse
el mundo como quien quiere explicar la vida y la muerte a un niño: con
palabras de todos y a la vez con la hondura de quien vive y se da cuenta, de quien
muere y necesita comprenderlo. Sabines huye de la retórica para explicar
las cosas más complejas, los desengaños más íntimos,
el asombro de la melancolía.
Este dominio de una lengua viva y sencilla, de un español
directo y laberíntico (y no es una contradicción) hacen de Jaime
Sabines un poeta inconfundible y creador de su propia lengua desde las alturas
aéreas del lenguaje poético. Sabines crea el español desde
la propia poesía, enriquece su idioma desde la sorpresa de lo poéticamente
cotidiano.
Esta tendencia a valorar, a cultivar el español como
lengua de expresión íntima y propia, bajo mi punto de vista, tiene
su origen en los años treinta (Sabines aún no tenía conciencia
de su poesía) tras la creación del grupo poético mejicano
"Los Contemporáneos", dentro del cual se encontraban poetas como
Xavier Villaurrutia (1903-1950), José Gorostiza (1901-1973) o Carlos Pellicer
(1899-1977). La finalidad de este grupo poético era la apertura de las
letras y la cultura mejicana, hacer del español una lengua válida
para la poesía en una época en la que la vanguardia francesa y por
consiguiente su lengua soporte la cima de la expresión artística
y literaria.
Aquí comienza a gestarse Jaime Sabines.
Fue Horal su primer libro publicado (1950). De él
contaba Sabines que fue el primer libro en el que se oyó a sí mismo,
el primero que tenía voz propia, palabras propias. Y se había difuminado
el eco de Neruda, Lorca o Juan Ramón Jiménez, algo que él
siempre buscó desde el principio de su poesía. Originariamente,
el libro estaba compuesto por 62 poemas, pero, progresivamente, fue reduciéndolo,
primero a 32 poemas y finalmente a 18. Ya en este libro se siente el tema central
de la poesía de Jaime Sabines: la soledad. En su famoso poema titulado
"Los amorosos" ya lo dice: "Los amorosos andan como locos / porque
están solos, solos, solos..." De esa soledad parte toda la existencia
de Sabines, aunque el acto poético sea una manera de aliviar esa soledad,
de hacerle frente y de, finalmente, entrar en contacto con las cosas, con los
otros individuos igual de solitarios que también necesitan de él,
sean o no sean amorosos. Pero ese reconocimiento de los demás no será
posible si el poeta no se desnuda, si no se sincera desde dentro. Sabines, de
este modo, no se sentirá solo y tampoco quien lo escuche. Así la
poesía de Sabines es un acto liberador de esa soledad, una manera de darse
cuenta del amanecer de los días. Quizás sea de esta idea de donde
nace ese Jaime Sabines romántico que, si bien no cree en la inspiración,
sí cree en la poesía como canal que da salida a todo lo que cae
sobre nosotros de una manera demasiado pesada. ¿Principio romántico o surreal?,
al fin y al cabo una cosa lleva a la otra. No hay Desnos sin Byron.
Y así es como nace ese proceso de poesía y humanidad
que tanto defendió. Recuerdo una entrevista que Ana Cruz le hizo en la
que afirmaba que la poesía es liberadora, "sobre todo de las tensiones
humanas", es ese medio de escape romántico o surrealista que canaliza
la alegría y el dolor, el canto a la vida y a la muerte. De ese canto a
la vida –tema que también Pellicer tendría como eje poético,
aunque sobre otro fondo más arraigado en el grito de lo vital– y a la supervivencia
nació su libro Tarumba (1956), escrito en una de las etapas más
difíciles de su vida. Tras seis meses sin escribir nada, Sabines tomó
la poesía como un ejercicio poético. Se dijo a sí mismo:
"voy a hacer poesía de sombra, sin ninguna pretensión".
Y al cabo de treinta días los rompió uno a uno. Mes y medio después
comenzó a escribir Tarumba. Por ese tiempo Sabines trabajaba en
una tienda de ropa en Tuxtla y decía que allí le ocurrieron cosas
tremendas, cotidianas. Pero la cotidianidad de Sabines es esa manera de hacer
poesía, de construir lenguaje. Lo cotidiano es un laberinto, la sorpresa
de quien sobrevive a los días, como ocurre en Tarumba, donde la
voz poética es testigo de todo: "A la casa del día entran gentes
y cosas, / yerbas de mal olor, / caballos desvelados, / aires con música..."
El tono general de este libro puede recordar en mayor o menor medida a Residencia
en la Tierra, de Pablo Neruda, el cual, tras ese torrente de imágenes
enloquecedoras e ilógicas, esconde una interpretación (soy consciente
de que ese verbo podría resultar un tanto antipoético) real y diaria.
Este punto uniría al poeta chileno con el mejicano. La manera mágica
de transformar la realidad tan dolorosamente consciente de lo que se está
haciendo y con el único fin de explicarla con la verdad poética
hacen de estos dos poetas grandes exponentes de este nuevo romanticismo, de esta
nueva encarnación del "yo" en el paisaje que se habita y se siente,
incluso en los poemas de su libro Yuria (1967), en el que aparecen poemas
con claro fondo político (la primera sección se denomina CUBA) e
histórico. Sin duda alguna que Sabines utiliza el paisaje exterior y el
histórico para explicarse y comprenderse.
Pero en este libro también aparece ese Sabines que busca
a Dios, que lo invoca ante la oscuridad diaria que le asfixia. Cuando leí
aquel poema de Tarumba: "Quiero que me socorras, Señor, de
tanta sombra / que me rodea, de tanta hora que me asfixia..." fue inevitable
que trajera a mi mente versos de Ancia, de Blas de Otero. El poeta clama
a Dios siendo consciente de su pasividad ante el hombre. Sabines siente la ignorancia
de Dios, pero lo llama bien para expresar su inexistencia, bien para expresar
su imperfección, su propia humanidad. Resulta muy llamativo el tratamiento
que Sabines hace de Dios. En uno de sus últimos poemas titulado "Me
encanta Dios", incluido en Otros poemas sueltos (1973-1993), dibuja
una figura humana que sólo será Dios porque Sabines lo llama así.
Se dirige a él como a un humano. Emplea un lenguaje alejado de la retórica
religiosa y expulsa todo tipo de formalismos del poema. Dice una parte del poema:
"Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma,
o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él
no le preocupa mucho: nos conoce". Su reflexión va más allá
de Dios, llega al hombre; como si el hombre fuera lo que se esconde detrás
de la divinidad, de la creación. Por eso Sabines es el poeta del hombre,
de todo lo que le rodea y construye. Y esto no es solamente a Dios, sino también
las cosas solitarias, la historia de todos, porque Sabines es el poeta de la existencia
y de la inexistencia, del sueño y la vida, el poeta evacuado de sí
mismo por las alarmas de lo cotidiano y todo lo que eso conlleva.
Y al hablar de ese sentimiento del día a día
tan poéticamente incrustado en los ojos del poeta es inevitable mencionar
el tema del amor.
La visión amorosa de Sabines no conlleva una temática
individualizada, es decir, él nunca hablará del amor como sentimiento
único, algo que hace que sus poemas vayan más allá de todo,
más allá de lo universalmente dicho. Cuando Sabines escribió
libros como Horal, La Señal (1951) o Adán y Eva
(1952) no pretendió que el amor fuera el único eje. Hablará
de la amada, pero también hablará de su ausencia, de esa manera
inhóspita de habitar los días sin el cuerpo que se ama, algo que
desembocará en el sentido infiel de los días, en el huir del tiempo,
en el apagón del desconsuelo. Pero lo trenzará como sólo
los grandes poetas pueden hacerlo. Sabines hace ver a través de sus versos
que el amor es amor porque hay ausencia y cuerpo, carne y aire, alegría
y la pena de lo lejano, a veces también de lo imposible. Y es que, como
ya mencioné anteriormente, Jaime Sabines también crea a la amada
cuando nada tiene. Y en este momento vuelve a tener motivos parar crear poesía,
para salvarse de sí mismo, para buscar y buscarse.
Esta idea de la salvación nace directamente del amor
y la poesía (me es inevitable recordar el libro de Paul Éluard L’amour,
la poesie). El hombre está solo en el mundo (Sabines siempre tuvo conciencia
de esto), está hecho de múltiples soledades, silencios y vacíos,
pero como reza un verso de su libro Horal "Todo se hace en silencio.
Como / se hace la luz dentro del ojo. / El amor une cuerpos. / En silencio se
van llenando el uno al otro." El hombre solo no es nada, pero junto al cuerpo
amado, a pesar de la soledad que también embarga a éste, se vuelve
humano, se pule, se vuelve vida. A pesar del silencio se puede volver a ser hombre,
presencia y luz a cada instante. Sabines ve el amor en el otro para sentir el
suyo propio.
De todos modos, el amor en la poesía de Jaime Sabines
no es una mera abstracción. Lo físico, el deseo del cuerpo es algo
de suma importancia. Cuando el poeta nos habla de determinadas ausencias, en múltiples
ocasiones él no se lamenta única y exclusivamente de la pérdida
de la idea del amor, sino de esa ausencia de lo deseado. Recuerdo aquel poema
que comienza "Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo / último
viaje." Hay unos versos que explican esta idea a la perfección: "Aún
podemos morirnos uno en otro: / es tuyo y mío ese lugar de nadie. / Mujer,
ternura de odio, antigua madre, / quiero cantar, penetrarte, / veneno, llama,
ausencia, / mar amargo y amargo, atravesarte..." De nuevo, me es inevitable
recordar a Pablo Neruda y el primero de sus Veinte poemas de amor y una canción
desesperada ("Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar
el hijo del fondo de la tierra..."). La idea de lo sexual tan patente sin
duda es similar. De todos modos, lo sexual va más allá: Sabines
menciona la idea de la muerte, de la destrucción amorosa como algo inevitable.
Los amantes se morirán de una manera mutua, como una prueba más
de amor y deseo (en España, sin duda, también encontramos este enfoque
del erotismo en poetas como Aleixandre o Lorca). El amor es una forma de vivir
y de morir, de completarse y saberse, de revivirse y destruirse, porque el amor
es el aprendizaje de la muerte o ese impulso de todo lo sencillo pero necesario
y verdadero.
En definitiva, la poesía de Jaime Sabines es imposible
de estructurar ni temática ni formalmente, ya que un sólo tema pueden
ser miles de temas lógica y hermosamente encadenados. El amor es ausencia,
deseo, muerte, vida, alegría, palabras o silencios. Todo igual de ambiguo
que la propia existencia, todo sin límites conocidos, porque el amor es
innato en el hombre y él es imperfecto, ilimitado, ambiguo, contradictorio.
Por todo esto, es necesario acercarse a la poesía de Jaime Sabines como
quien sabe que está perdido en ese laberinto vital en el que fue recluido
junto al minotauro de los días y busca su historia y su propia soledad
para saber que existe.
M.L.V.
* Marta López Vilar
Universidad Complutense de Madrid
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