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EL PAÍS, domingo 9 de julio de 2000

EL IDIOMA DE EUROPA

WALTER OPPENHEIMER, Bruselas
La pugna entre las distintas lenguas por preservar su presencia es uno de los desafíos determinantes de los Quince.

      Ni el dinero, ni el derecho de veto, ni los votos. La gran pelea del futuro en la Unión Europea es la lengua. La creciente tendencia a utilizar el inglés y el francés, cuando no el inglés a secas, en detrimento de las otras nueve lenguas oficiales de la Unión Europea, está ya generando tensiones entre los Quince.

      Alemanes y españoles se niegan a sucumbir a la dictadura del bilingüismo. Detrás de ellos, agazapados, aguardan italianos y holandeses, temerosos de quedar relegados. Francia teme con pánico que esa batalla acabe favoreciendo el imperio del inglés, y defiende como antídoto que el alemán se incorpore a la rutina diaria. Más allá, las 12 lenguas de los candidatos a ingresar en la Unión Europea auguran complicaciones casi irresolubles. En una Europa con 23 lenguas harían falta 115 intérpretes por sala en las reuniones de alto nivel para asegurar un sistema similar al actual. Es un asunto políticamente muy delicado. Porque se puede perder la moneda, pero es más difícil renunciar a la propia lengua.

      El uso de las 11 lenguas oficiales (inglés, frances, alemán, castellano, italiano, holandés, portugués, griego, sueco, danés y finlandés) tiene una complejidad enorme y a menudo responde más a prácticas consagradas por el tiempo que a acuerdos jurídicos.

      En el Parlamento Europeo todos los actos oficiales tienen interpretación a las 11 lenguas, desde las sesiones plenarias a las reuniones de las delegaciones interparlamentarias, los plenarios de los grupos políticos y las reuniones de las comisiones. Entre 550 y 600 intérpretes intervienen en cada sesión para garantizar el cumplimiento de ese derecho y los debates son aplazados si falta una interpretación o una enmienda no ha sido traducida. Cumplir esa obligación conlleva un gasto cercano al tercio del total del presupuesto anual entre traducciones e interpretaciones.

      En la Comisión Europea las reuniones del Colegio de Comisarios y las de jefes de gabinete se desarrollan en inglés, francés y alemán con intérpretes. En la sala de prensa los idiomas permitidos y traducidos son inglés y francés, aunque hay interpretación a todas las lenguas en las ruedas de prensa de los comisarios. En las reuniones de trabajo de los funcionarios se habla inglés y francés sin intérpretes. Los documentos se traducen a inglés, francés y alemán pese a que sólo el 2% están originalmente redactados en esa lengua. Las otras apenas cuentan por escrito.

      Los mayores conflictos se dan en el Consejo de Ministros. El reglamento linguístico consagra el uso de las 11 lenguas y el reglamento interno establece que "el Consejo deliberará y decidirá únicamente sobre la base de documentos y de proyectos establecidos en las lenguas previstas por el régimen linguístico en vigor". Un redactado que algunos países equiparan al derecho a exigir la interpretación a todas las lenguas oficiales. Alemania, por ejemplo, exige que haya traducción al alemán en todas las reuniones de rango ministerial, lo mismo las de carácter formal que las informales. Una posición adoptada también a veces por España. [...]

      Esa marea franco-anglófona está despertando al resto de socios, que recuerdan que la Unión se jacta de ser un consorcio de Estados-nación que nunca renunciarán a su carácter y su cultura. La batalla política la lideran de forma soterrada alemanes y españoles, aunque a veces parecen estar en campos opuestos. Ambas partes sostienen que su objetivo es defender la lengua propia sin menoscabo de las demás. "Lo único que queremos es mantener el statu quo y evitar que siga avanzando el bilingüismo", señalan fuentes diplomáticas alemanas. "No estamos contra nadie, sino a favor de defender el alemán. Muchos de nuestros ministros sólo hablan alemán y tienen derecho a usar su lengua".

      El alemán tiene escasa proyección en un mundo cada vez más global, pero goza de gran peso en Europa. Es la lengua materna más extendida de la UE (24%) de la población) y se habla no sólo en Alemania, sino en Austria, Luxemburgo y algunas regiones de Bélgica, Italia y Francia. Un 32% de europeos hablan alemán (incluyendo a aquellos para los que no es su primera lengua), una tasa de penetración inferior al inglés, pero superior a la del francés.

      El castellano, en cambio, tiene menos presencia en Europa, pero una extraordinaria proyección. Se extiende a gran velocidad por Estados Unidos, goza de prestigio en Europa más allá de las fronteras españolas y representa a cuatrocientos millones de hispanohablantes repartidos por el mundo entero. El italiano, sin embargo, no tiene más defensa que la del mero hecho estadístico de que Italia está más poblada que España. Es una lengua que no cruza fronteras, que no tiene el carácter vehicular del castellano.

EL RÉGIMEN LINGÜISTICO CONDICIONA LA AMPLIACIÓN AL ESTE
      "El régimen linguístico será el mayor conflicto de la ampliación a Europa del Este", coinciden en afirmar funcionarios de la Comisión Europea y diplomáticos del Consejo o de los Estados. Los 13 futuros socios suponen 12 lenguas (turco, polaco, húngaro, checo, rumano, búlgaro, eslovaco, estonio, letonio, lituano, esloveno y maltés). En Chipre se habla griego y turco.

      Un informe elaborado por cuatro expertos europeos por encargo del Consejo de Ministros ha llegado a la conclusión de que es imposible mantener con 23 lenguas oficiales el mismo sistema de interpretación que se utiliza ahora en 70 reuniones diarias. Aplicar el régimen integral (usar todas las lenguas e interpretarlas en todas las lenguas) requeriría 115 intérpretes y 23 cabinas por reunión, frente a 33 y 11 en la actualidad. Es muy difícil tener salas con 23 cabinas o soportar el coste de tantos intérpretes, pero sobre todo es imposible encontrar o formar a tantos intérpretes que dominen de tres a siete lenguas además de la suya.

      Los expertos no descartan que el problema de aumentar el número de cabinas pueda solucionarse construyendo un gran complejo externo de interpretación, siempre y cuando se garantice un acceso audiovisual a distancia de gran calidad.

      Descartan el uso de los llamados pivotes y relés que prevén que no todas las lenguas sean traducidas directamente a todas las demás, sino que cuando un intérprete ignora la lengua en que se pronuncia una intervención pueda conectarse (en relé) a otro colega que la traduce en directo y traducir la interpretación de ese colega (llamado pivote) en lugar del discurso original. Apenas reduce el número de intérpretes requeridos (entre 77 y 85, frente a la treintena actual), aumenta el de cabinas (entre 25 y 27) y se pierde calidad en la interpretación al retrasarse y no ser de primera mano.

      Desaconsejan el llamado régimen de ida y vuelta: todas las cabinas trabajan a partir de una lengua materna hacia una o dos lenguas pivote y traducen a su propia lengua lo mismo en directo que a través del pivote en relé. Requiere entre 22 y 23 cabinas y de 66 a 69 intérpretes. Consideran más aceptable el régimen mixto directo y de ida y vuelta, utilizado en Naciones Unidas. Aunque requeriría 23 cabinas y 69 intérpretes, ofrece más garantías de calidad.

      Pero los expertos se pronuncian a favor del régimen asimétrico, por el que ciertas lenguas serían activas y otras pasivas. Las pasivas se utilizan sólo para hablar. Las activas permiten escuchar también las traducciones de todas las demás. Los expertos parten de la base de que las 11 lenguas actuales sean activas y las 12 nuevas pasivas. Así, un esloveno podria hablar en su lengua pero debería escuchar las traducciones en cualquiera de las lenguas activas.

      Permite reducir el número de cabinas a entre 9 y 23 y el de intérpretes a entre 27 y 57. Pero significaria una discriminación de las lenguas de los nuevos socios frente a los actuales.

      Paradójicamente no han proyectado el coste de ese sistema tomando como lenguas activas sólo las más extendidas (inglés, francés, alemán, italiano, castellano, polaco y holandés). Así la discriminación tendría argumentos demográficos.

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