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"TRASTORNOS LITERARIOS"
O LA APROXIMACIÓN A UNA CONCIENCIA CONSTRUCTIVA DEL LENGUAJE

Flavia Company

Barcelona, Plaza y Janés, DeBolsillo, 2002, 304 págs.

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Pervertida o tal vez demasiado ensimismada (lo que no sé hasta qué punto puede ser lo mismo) en mi actividad docente –en particular ésa que consiste en trabajar con más o menos eficacia en el ámbito de la adquisición de una segunda lengua– trato de buscar alternativas a los métodos de aprendizaje. Y lo hago recurriendo a lecturas poco ortodoxas (en el sentido estrictamente didáctico) pero definitivas, válidas y valiosas. La búsqueda es un perenne y renovado acto de fe. Y a veces da sus resultados, como por ejemplo, cuando descubrí el librito Trastornos literarios, de la autora catalano-argentina Flavia Company. El libro, editado por Plaza y Janés en su colección de bolsillo, está constituido por tres partes (la primera de ellas, que es a la que me voy a referir primordialmente, es la que presta su título al conjunto). Las tres partes son respectivamente: "Trastornos literarios", "Frases (muy) hechas" y "La vida en prosa", y conforman, todas ellas, un abigarrado grupo de artículos breves que Company fue publicando regularmente en la prensa escrita de nuestro país.

Cuando me aproximé a "Trastornos literarios" la primera vez –y ahora no hablo del libro sino de la sección así denominada– pensé que aquello era una joya que debía ser incluida en algún decálogo estilístico mediático. Me parecía que ofrecía un menú nada desdeñable de figuras literarias, ilustradas con ingenio y acierto, que quienes escribían en los medios podían usar como libro de cabecera en un proceso de adquisición de conciencia del lenguaje. Es decir, en la cristalización de un metalenguaje. Y es que la sección "Trastornos literarios" es un inventario de artículos en que cada uno de ellos explota una figura literaria, que al término de la lectura se explica con sencillez y claridad. No sé si Company era consciente del valor pedagógico de esta labor suya (o de sus posibles usos didácticos). Tampoco sé si los medios en que se fueron publicando esos artículos eran conscientes. Lo cierto es que ese valor es innegable y hay que hacerlo notar.

Ahora bien, aunque mi primera impresión fue la de que aquellos textos diáfanos y reveladores podían constituir un fundamento para los propios productores mediáticos, lo cierto es que, poco a poco, me fui convenciendo de que aquello era, sin duda, un buen hallazgo para cualquier estudiante de castellano que quisiera ahondar en la propia lengua que estaba aprendiendo, con miras a alcanzar una base para la filosofía del lenguaje, verdadera orfebrería del conocimiento y su proceso de adquisición. Y ya, por último, mi reflexión se cerraba con la certeza de que esos textos podían y hasta debían ser un material de primera mano para los propios docentes. Tanto para los que enseñan español a extranjeros como para los que enseñan literatura o lengua a niños o adolescentes. Porque, al valor pedagógico que yo sugiero, se añade el de la afabilidad, el de la concisión y el de la amenidad, extrañas virtudes discursivas que rara vez conviven en el mismo nido textual. En buenas cuentas, tenemos un exquisito manual de retórica, con unos ejemplos no menos exquisitos. Por cierto, las figuras contenidas en los diversos artículos que constituyen "Trastornos literarios" no siempre son las más conocidas, al menos por su nombre, aunque el recurso en sí sea habitual o recurrente en muchísimos textos. Tal es el caso, para que esté claro a dónde quiero llegar, de estrategias sintáctico-semánticas como la epanortosis, en que el narrador vuelve sobre lo dicho para rectificarlo; la glosolalia, que en realidad es una patología que afecta al lenguaje, y que consiste en inventar palabras y dotarlas de significado (Cortázar era un maestro en la utilización de ese recurso, como ha demostrado su genial cohorte de Cronopios y Famas, sus pameos y prosemas, y aquellos personajes que se recompalmean y fraternurian); la topotesia, que consiste en describir lugares imaginarios, figura que la propia Company utiliza en un libro tan sabroso como su Saurios en el asfalto, y que ha sido una constante en todas las utopías tardo-medievales y renacentistas.

Las figuras expuestas siguen una ordenación alfabética, de modo que el primer artículo, "Presunta confesión", arranca con la ilustración de lo que es la aposiopesis y el último, "Buenos propósitos", cierra el ciclo de esos magníficos trastornos (que no son trastornos sino cordiales invitaciones a la lucidez desde unas herramientas aparentemente simples) con el zeugma. No es, como vemos, un manual al uso, sino una antología de breves historias que tienen como telón de fondo el propio material que constituye su primer y último substrato. Así que abstenerse quienes piensen que con ello van a desplazar a manuales clásicos, como el de Mortara Garavelli, que realiza un impresionante esfuerzo de erudición por acercarse a la retórica con un magnífico acopio de ejemplos, a lo que aun añade el mérito de indagar en las operaciones mentales que apuntalan cada figura o estrategia retóricas. No, no hay intención alguna de ocupar lugares ya habitados por los teóricos de la arquitectura persuasivo-estética del lenguaje. Ni tampoco intenta parangonar al Tratado de la argumentación, de Perelman y Olbrechts, ejemplo donde los haya de la excelencia analítica y la vocación enciclopédica para introducirse en el universo de la nueva retórica. Nada de eso. La meta es mucho más simple, pues se trata de alcanzar al lector, a cualquier lector, desde unas pautas de entretenimiento que, en este caso, reúnen la peculiaridad de ser un acierto en el enfoque y permiten echar una ojeada a los cimientos o a la estructura del lenguaje. Es la disposición secuencial de textos lo que ayuda a un posible formato o contribución didácticas. Y la concisión y la claridad, las herramientas que cooperan para que todo ello sea efectivo.

En la segunda parte del libro, "Frases (muy) hechas", la autora ilustra expresiones, refranes y locuciones. Otro acierto que, sin duda, facilita que los artículos puedan ser potencialmente utilizados como material didáctico, por cuanto muestra la anatomía o intimidad de una lengua viva, en movimiento. Si la primera parte del libro delataba la estructura sobre la que se sostiene el lenguaje y la forma en que, sobre la instrumentación retórica, se forja la coherencia del pensamiento y la racionalización argumentativa, esta segunda parte supera esa base estructural para adentrarse de lleno en el organismo interior del lenguaje y dar así cuenta de su realidad expresiva, comunicativa y vital. De nuevo se ha procedido a una ordenación alfabética de los artículos, cuyo inventario se inicia con "Abrigar esperanzas" y concluye con "Ver las estrellas". La mayor parte de las frases son expresiones muy comunes, que la autora ilustra con su característica ironía (me permito la libertad de hacer notar, no obstante, que se trata de una ironía que jamás pierde de vista la ternura; al contrario, más bien: la ironía no se concibe sin la ternura. Se contienen mutuamente) y capacidad para crear desenlaces chocantes o imprevisibles (es sorprendente la maestría con que, a algunas frases figuradas, las vuelve sobre sus manidas costuras, y las emplea, de modo consciente, en sentido literal, como ocurre en el artículo que inaugura esta sección del libro, lo que no deja de ser otra manera de flirtear con el lenguaje).

La tercera parte, "La vida en prosa" (nuevo juego de palabras o divertimento, como ocurre en el título de la segunda parte), es un conjunto de textos en el que cada uno de ellos constituye una variación, una recreación o una superación del titular de alguna noticia que aparecía publicada por aquellos días (no olvidemos que también esta serie la integran un nutrido grupo de artículos que vieron la luz en la prensa a partir del año 2000). En todos ellos, sin excepción, se construye un relato literario a partir de elementos constitutivos de una noticia y de su razón de ser, como lo chocante, lo indigno, lo indignante o lo coincidente. Y el resultado es un refrescante repertorio bienhumorado, diáfano y ameno, donde se realiza con éxito la contorsión joyciana de abotonarse la piel de cada personaje, y que está muy a la altura de las dos partes anteriores.

Insisto, para concluir, en la necesidad de aprovechar ciertos valores literarios o periodísticos para ampliar el horizonte de las expectativas didácticas. Más que necesidad, es una urgencia, porque urge de verdad incorporar esas voces que invitan a la complicidad a la par que facilitan accesos a conocimientos bien delimitados, cuando no a saberes abiertos y generosamente dosificados en una mezcla de don de la oportunidad, de la comunicabilidad y alejamiento de lo impostado. Y, de paso, se entra en el camino, casi siempre tortuoso, del aprendizaje o del ahondamiento en una lengua, por ese otro camino, no menos tortuoso, pero desde luego de parajes dignos de explorar e inacabables, que es la literatura.

N.F.D.

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