Tesoro de villanos. Diccionario de Germanía
María Inés Chamarro
Herder, Barcelona, 2002, 829 págs.
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Lengua
de jacarandina: rufos, mandiles, galloferos, viltrotonas, zurrapas, carcaveras,
murcios, floraineros y otras gentes de la carda". Así reza el subtítulo
de esta obra que nos presenta una enciclopédica recopilación de
la jerga de las clases populares en la España del siglo XVI, muchas de
cuyas palabras subsisten hoy en día en el lenguaje coloquial. De ahí
el interés que presenta no sólo para el estudioso del lenguaje y
la literatura española, sino también para el lector que desee conocer
el origen de algunas de las expresiones más castizas de nuestra lengua.
Germanía, según la clásica definición
de Corominas en su Diccionario crítico etimológico, deriva
de germà ("hermano", en catalán) y era la "hermandad
formada por los gremios de Valencia y Mallorca a principios del s. XVI en la guerra
que promovieron contra los nobles". De ahí se extendió el término
para designar a los estratos más bajos de la sociedad, el hampa y la mala
vida, por el desarrollo de ésta en Valencia tras el conflicto.
Las ciudades contienen, pues, el germen de este lenguaje. En
el Siglo de Oro, Sevilla es la "Babilonia" hispánica: allí
confluyen las riquezas de América y los sueños de medrar de los
más astutos. La ciudad se convierte en el Mare Magnum de todos los pícaros
españoles y en caldo de cultivo para la germanía y su lenguaje tan
característico, como refiere Cervantes en las aventuras de Rinconete
y Cortadillo.
La autora de Tesoro de Villanos, María Inés
Chamarro, es especialista en lenguaje y literatura de germanías,
y ha publicado diversas ediciones y estudios sobre el tema, como las Poesías
de germanía de Rodrigo de Reinosa (Visor, 1988) o, recientemente, el
capítulo dedicado a las "Comilonas en la Germanía" en
su libro Gastronomía del Siglo de Oro español (Herder, 2002).
Desde el siglo XVI, la jerga de germanías, hablada por las clases más
bajas y por las sociedades de delincuentes, deja su huella en la mejor literatura
en lengua castellana e impregna de vívidos destellos las obras de nuestros
grandes escritores.
Y es que la jerga de las clases bajas, esta lengua de bribones,
pícaros y delincuentes es una creación lingüística de
extraordinaria riqueza. Así, la forma de hablar de esos personajes tan
españoles que retratan en sus obras Quevedo o Cervantes es perfectamente
comparable al jargon francés que consagró François
Villon en El legado y El testamento.
El libro que reseñamos, presentado el pasado doce de
junio por Vicente Verdú y la autora en el Círculo de Bellas Artes
de Madrid, constituye una guía para los estudiosos de la literatura del
Siglo de Oro en su vertiente más popular y acaso más desconocida.
Un total de 5.517 entradas hacen de este diccionario el más completo hasta
el momento sobre la lengua de germanías. Basándose en estudios y
léxicos precedentes de tanta importancia como los de John M. Hill, que
editó Poesías germanescas y Voces germanescas (Bloomington,
Indiana, 1943 y 1949), Tesoro de Villanos tiene el mérito de ser
la primera obra lexicográfica completa que se dedica al lenguaje de germanías.
Sorprende Tesoro de Villanos por la vigencia de algunas
de estas palabras de germanía, que hoy día existen, bien en el lenguaje
vulgar o bien en el habla estándar, en la que se ha introducido desprendiéndose
de las connotaciones jergales. Al primer grupo, a las palabras que aún
hoy son vulgares, que no han perdido ese sabor a contravención e ilegalidad,
pertenecen verbos como "birlar" o robar (p.152, del antiguo birlo, "bolo"),
"amilanarse" o acobardarse (p. 89), "apiolar" o matar (p.99).
Palabras tan características del registro coloquial como "macarra"
(p.546, al parecer, del francés maquereau), "cachonda"
(que tiene una curiosa etimología, catuliens, en latín, "la
que está en celo", p. 194), "geta", "gilí"
(p.450-1) o "gualdrapa" (p.467) se encuentran ya en la jerga de germanías.
También fue la gemanía rica fuente de expresiones
como "romper la crisma" (p.282), "llamarse andana" (p.91),
que viene de la denominación germanesca de iglesia ("andana",
cuando el rufián era sometido a tormento o interrogado decía llamarse
iglesia, en alusión posible al asilo), "poner en un brete" (p.172,
siendo el "brete" un cepo para los pies de los reos), etc. Un segundo
grupo lo forman las palabras que han pasado al lenguaje estándar, como
"bellaco" (p.147), "bribón" (p.174 de "briba",
mendrugo), "chabacano" (p.295 de chavo, moneda de poco valor), "chiste"
(p.309) o expresiones como "pagar a escote" (p.377).
Pero no sólo estas palabras llaman la atención
por su cercanía. Las entradas que quizá sean más útiles
para el hispanista son precisamente las que recogen palabras clásicas que
aparecen en muchas de estas obras germanescas, pero también en autores
más importantes. Así tenemos "atizacandiles" o "coima"
para prostituta (p.117 y 252), "murcio" para ladrón (p.602-3
de mur, ratón) y otras. Destacan también los apodos que recibían
entre los bribones los habitantes de una determinada ciudad, gentilicios jergales
como "ballenato" para madrileño (p.134) y "berenjenero"
para toledano (p.148).
Se demuestra en esta obra gran soltura en las etimologías,
algunas de ellas sorprendentes, como la que trae "gaznápiro"
del holandés (p.446). Muchas palabras de la germanía se demostraron
auténticos cultismos de uso jergal (cf. el artículo de Samuel Gili
Gaya en Nueva Revista de Filología Hispánica VII, 1953, pp.113-7),
como "iso", cultismo del gr. isos "igual" (p.503).
No obstante habría algunas precisiones que hacer en
cuanto a ciertas entradas dudosas. Por ejemplo, en la p. 382 se hace remontar
la etimología de "espelunca", sin duda otro cultismo germanesco
por "cueva", al griego spélaion. Lo cierto es que esta
palabra proviene, a través del latín spelunca, -ae –un vínculo
cercano y sencillo para esta palabra–, del griego spélynx (sph/lugc).
En general se nota un cierto descuido a la hora de citar palabras griegas, en
las que suelen omitirse acentos de todo tipo (p.e. kothema, pharmakon,
a las que le falta en la primera sílaba, y otras). Discrepamos también
en cuanto al origen de "gallofa", en las pp.426-7. La autora propone
como etimología más probable la del griego kélyhos
(¿?), que traduce como "monda o panecillo alargado". Sin duda se refiere
a kélyfos (ke/lufoj, "cáscara"). Preferimos la
sugerente opinión de Corominas (DCEH III, G-MA, pp.52-54), que la
asocia con galli offa, "bocado del francés".
Aunque esta meritoria obra pone gran cuidado en la recopilación
de palabras germanescas, algunas definiciones resultan poco claras o, cuando menos,
dudosas. Esto ocurre, a nuestro juicio, con "Almadraba", en la p. 81,
que viene definido como "Lugar frecuentado por rufianes o pícaros
en ciudades con playa o cercanas" basándose en una cita de La ilustre
fregona 7: "Pasó por todos los grados de pícaro, hasta
que se graduó en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae
de la picaresca". En realidad, Zahara de los Atunes, en Cádiz, es
famosa –aparte de por las almadrabas de atunes, que hoy en día también
abundan desde el cabo de palos hasta el de Trafalgar– por ser un centro de "cría"
y formación de pícaros, pero "almadraba" en el pasaje
citado parece referirse a este tipo de pesca, al que se dedicaba gente de baja
estofa. En concreto, "almadraba" viene del árabe mádraba,
"lugar donde se golpea", por la costumbre de rematar a los atunes a
golpes en esos lugares.
Salvando las diferentes interpretaciones sobre algunas de estas
entradas, merecen mención aparte palabras fundamentales de la germanía,
como "jácara" o "jacarandina", que define a la junta
de rufianes, o las esenciales "picaresca" y "pícaro",
de discutido origen. La etimología de esta palabra, tal y como se apunta
en las pp. 637-8, ha recibido diversas explicaciones, aunque parece aún
vigente la teoría de Menéndez Pidal que apunta al verbo "picar"
(tesis que se impone sobre la que relaciona "pícaro" con la región
de Picardía).
Concluyendo, Tesoro de Villanos es una obra de referencia
que viene a ocupar un lugar hasta ahora vacante en la más reciente lexicografía.
Se trata de una obra cuidada y bellamente editada que hará las delicias
del amante del lenguaje, y no sólo del estudioso del Siglo de Oro, pues
en este tesoro de la lengua se pueden hallar los orígenes de gran parte
del habla coloquial de la actualidad.
David Hernández de la Fuente Universidad Complutense
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