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Una reciente encuesta hecha en Francia por la revista Lire para conocer las preferencias de los lectores franceses debía traducirse en un listado con los cien libros más leídos. Así, entre esos cien títulos se repetían varios autores, Hergé y su Tintín, especialmente (leer es lo que importa y Tintín y Astérix son cómics muy leídos en todo el mundo). Y Alejandro Dumas, y Mark Twain, etc. Ninguna objeción. Pero, ¿y la literatura escrita en español? Traducida, claro. En la prestigiada lista de Lire hay únicamente un libro perteneciente a nuestra lengua y cultura: Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Había varios libros en inglés, alemán, italiano... ¿Son nuestra lengua y cultura equivalentes a la inglesa, francesa, norteamericana, alemana, italiana...? Evidentemente no: brillamos poco. Y tampoco hacemos nada realmente significativo para promocionar lo que de verdad es valioso de/en nuestra lengua y cultura. ¿Cuál es el motivo real de que una exposición en Nueva York -Instituto Cervantes, ahora dirigido por Antonio Muñoz Molina- haga brillar a la revista New Yorker y a Dorothy Parker, de la mano de Barbara Probst Solomon, aunque alguna intelectual española estuviera en los alrededores? Si realmente creemos que María Zambrano, por ejemplo, puede entenderse en cualquier lugar y lengua del mundo, hagamos que se entienda, y hagámoslo bien, se entiende: José Ortega y Gasset, María Zambrano, Julián Marías -una forma, un puente extraordinario de acercamiento a Estados Unidos- desde finales de los treinta hasta mediado el siglo pasado, sería una magnífica exposición y un magnífico libro: para que nos entiendan. Naturalmente también habrá que hacer todo lo necesario para que de Muñoz Molina se ocupen New Yorker, Times Literary Supplement, New York Review of Books, etc. Pero bien hecho, sin mezclar intereses. Lo que de verdad importa, como en el caso de Pedro Almodóvar, se consigue por derecho en Nueva York, en París y en todo el mundo.

También el año próximo habrá que contarle a los franceses el Quijote (y a los norteamericanos, ingleses, alemanes, suecos, y etcétera y etcétera). Desde estas páginas creemos que es absolutamente necesario utilizar rigurosamente los fondos (especialmente si son públicos), por escasos que parezcan a quienes los gestionan. No diremos de los que los manejan que lo hacen a su antojo, porque no creemos que una institución o alguien en su nombre pueda ser tan arbitrario.

Hubiera sido otro acto conmemorativo formidable que, en 2005 (IV Centenario del Quijote), dispusieran de un diccionario español-islandés en Islandia (280.000 habitantes), que disfruta de la segunda traducción de Don Quijote en los diez últimos años. No lo tienen porque no consiguieron la pequeña, ridícula, subvención necesaria.

 

CUADERNOS CERVANTES DE LA LENGUA ESPAÑOLA

 


No es raro que en orden a los hombres poco comunes los juicios de los otros difieran hasta el extremo de constituir opiniones encontradas. Para unos, Cervantes era ingenioso lego, esto es, carecía de los conocimientos sin los cuales no puede haber gran escritor; para otros, el epitafio del Albusense, puesto sobre su losa, hubiera sido mezquino de justicia y alabanza:

"Aquí yace el que supo cuanto se puede saber".

Exceso de admiración, o atrevimiento por ventura, pues a nadie le ha sido dado hasta ahora imaginar siquiera cuánto puede saber el hombre, menos aún verse privilegiado con la sabiduría que alcanzará cuando a fuerza de siglos, experiencia, padecimientos, llegue a su perfectibilidad el género humano; y esto, si algún día viene a perfeccionarse en términos que vea rostro a rostro al Incógnito que nos oculta en su seno las luces por las cuales andamos suspirando en estas aspiraciones honoríficas con que nos dignificamos, cuando nos tenemos por superiores a nosotros mismos.

Juan Montalvo. Capítulos que se le olvidaron a Cervantes.

 

 

 

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