LEER EN ESPAÑOL
Estas
fechas de apología de la lectura son propicias para unas consideraciones
sobre lo que significa leer en español, por un lado, y sobre la política
cultural y lingüística que siguen las distintas Administraciones Públicas.
De un lado y otro se lanzan campañas millonarias financiadas por las arcas
del Estado para que se lea más. Autores, editores, libreros y políticos
coinciden en promover la lectura en un país como el nuestro, en el que
las cifras estadísticas son desoladoras. Muchos españoles aseguran
no haber leído nunca un libro, otros tantos lo tendrán a gala. Pero,
¿qué efecto tienen estas llamadas a la lectura revestidas por jóvenes
o cotizados diseñadores? ¿Realmente va a leer más el ciudadano por
que se lo diga un logotipo de diseño? ¿No estaremos errando el camino?
Las cifras nos ofrecen paradójicos datos: el español no lee (casi)
pero, año tras año, aumenta la producción editorial. Cada
vez se publica más. Se publican ediciones primeras, reediciones, clásicos
nunca antes descubiertos, rarezas bibliográficas... Se podría decir,
exagerando, que los españoles quizás no leen porque están
demasiado ocupados en publicar. Para promover el libro en español hay otros
caminos que las campañas gubernamentales. Habría acaso que empezar
por una crea conciencia de lo que en verdad significa leer en español.
Leer en español es un privilegio. Participamos de una
comunidad lingüística de millones de personas con un patrimonio cultural
de calado milenario, que aúna el elemento grecolatino con el germánico,
el árabe y el indígena en América. Si hace años se
hablaba del día de la raza, del día de la Hispanidad, como exaltación
de conceptos imperiales desfasados, que poco tienen que ver con esta comunidad
que habla español, habría que revisar con cuidado lo que nos une,
que no es la raza, sino esa patria común que es el idioma. Aún hoy
se cree que los inmigrantes hispanoamericanos en los EE UU se sienten unidos por
un sentimiento de "raza latina". Pero no es así: la verdadera
alma mater de todas estas gentes no es sino la lengua española,
que les permite medrar espiritualmente dentro de la gran diversidad del mundo
hispánico. Leer en español es una de esas prerrogativas que aún
no se ha valorado lo suficiente.
Desde
ambos lados del océano hay que tomar conciencia de este hecho. Desde nuestros
clásicos literarios hasta el boom de la literatura hispanoamericana.
El español, sin embargo, ya es una lengua de allá. Nueve de cada
diez hispanohablantes han nacido a ese lado del Atlántico. También
la literatura española preludia en cierto modo ese esplendor americano.
Las Sonatas de Valle-Inclán o La Catira de Cela son buena
muestra de esa simbiosis entre lo español y lo hispanoamericano que vemos
también en Vargas Llosa. Las memorias del Marqués de Bradomín,
ese don Juan "feo, católico y sentimental", recrean esas Indias
legendarias, de mulatos, tiburones y criollas como la hermosa Niña Chole
a la que pretende el viejo y modernista hidalgo español. Es inevitable
la atracción que sentimos en la península por las Américas,
así como la que sienten allá por la "Madre Patria". Don
Ramón María, como Don Camilo, no sólo evocan paisajes reales,
sino también el paisaje de la lengua. Tanto el español mexicano
de las Sonatas ("Una voz femenina le grita desde lejos: -¡Che, moreno!...
–¡Voy horita!... No me dilato"), como el venezolano de La Catira son
artificios literarios que muestran la fascinación que une a las
diversas culturas hispánicas y que nos hace sentir hermanados en la lengua.
Esto es un activo en términos culturales que hay que potenciar, un sentimiento
de hermandad literaria que propiciará sin duda el avance del libro en español.
Hoy se traduce más que nunca a nuestros autores. No
hay más que pasear por las librerías de Nueva York, ciudad que ya
cuenta con dos millones de hispanohablantes, para darse cuenta de ello. Las estanterías
están llenas de los últimos libros en traducción de Vargas
Llosa (como Death in the Andes-Lituma en los Andes) o Javier Marías
(All souls-Todas las almas), que ha sido parangonado con las grandes firmas
de la literatura sajona. Por desgracia el dudoso canon de Bloom aún
ignora una realidad tan pujante como es la literatura en español. Sea este
un reproche más a El canon occidental, tan centrado en el mundo
anglosajón, que no merece tal nombre. El reto ahora, en este comienzo de
siglo, es solventar tal injusticia promoviendo la literatura española e
hispanoamericana en traducción.
Pero leer en español es un privilegio que se ha de preservar,
ya que parece en peligro paradójicamente en la propia España. La
desafortunada polémica en torno a las palabras del Rey ha puesto de manifiesto
la necesidad de no hacer de las lenguas caballos de batalla en la lucha política.
Se dijo que el español no era lengua de encuentro, sino de imposición.
Ha podido ser así en algunas etapas históricas, pero, la política
lingüística de algunas comunidades autónomas ha llevado al
absurdo la exaltación de la lengua vernácula en detrimento del español,
hablado ya por medio mundo y en franca expansión. Lamenta Gregorio Salvador
que, pese al gran vigor del español en el mundo, la paradoja actual es
que "el único lugar del mundo donde la lengua está perdiendo
usuarios, donde a sus hablantes se les pueda negar la posibilidad de educarse
en ella, de recibir en ella sus enseñanzas, sea desdichadamente la propia
España". Este hecho ha sido notado por los organismos internacionales
para la protección de los derechos fundamentales, como una posible violación
del legítimo derecho a expresarse y vivir en español, tanto como
en cualquier otra lengua de las que nuestra constitución ha consagrado.
Concluyamos con esta doble paradoja: por un lado, se edita
más que nunca, pero no se lee. Por otro, se incentiva la dudosa "normalización
lingüística" de las otras lenguas y dialectos españoles
mientras se abandona la lengua de unión. Ya ha sucedido, en el plano académico,
con la decadencia de las Humanidades, el abandono del griego y el latín,
lenguas de cultura y de encuentro. ¿Ha de pasar lo mismo con el español
en la propia España?. En una viñeta de El Roto aparecida en El
País (9 de junio de 2001) se ilustra esta triste paradoja en la figura
de un provecto togado que se pregunta "¿Qué sentido encontráis
en abandonar griegos y latines….y proteger los bables?" He aquí el
absurdo de ese sentimiento de patria chica que tantos males viene causando en
nuestra sociedad, eso que los italianos denominaron campanilismo y que
viene a poner trabas en la maravillosa comunidad lingüística que participa
de la lengua española en Durango, Hospitalet y Ciudad de México.
Quizás, como afirma el diputado Anasagasti (en entrevista a El País
del 24 de junio), dentro de 20 años todos hablarán el euskera en
el País Vasco, quizás dentro de 20 años tengan que leer las
Sonatas en traducción. ¿Qué mayor despropósito?
ILUSTRACIÓN DE PORTADA: Don Ramón
María del Valle-Inclán. Óleo por Juan de Echevarría.
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