EL ESPAÑOL, LENGUAJE CIENTÍFICO INTERNACIONAL
Uno de los retos
más apasionantes que se presentan para la lengua española en este
nuevo siglo es su configuración como lengua vehicular para la ciencia,
como lenguaje de investigación en el ámbito internacional. Lengua
española, lenguaje científico: hay que jugar con las categorías
de Saussure a este respecto. Sin embargo, hasta el momento la situación
no es demasiado alentadora, a la luz de los datos de los que disponemos. Según
éstos, el español se situaría en un 5 por mil en cuanto a
publicaciones científicas, un más que discreto puesto y nada acorde
con su situación como tercera lengua del planeta. Frente a esto, otras
lenguas como el francés, con menor número de hablantes, tienen una
producción en ciencia y tecnología del 11 por ciento.
Estos datos son bastante elocuentes por sí mismos. No necesitan mayor
exégesis: el español debe recorrer aún un gran trecho para
ocupar la posición que merece como lengua de intercambio de ciencia e ideas.
¿Cuántos congresos internacionales admiten ponencias en español?
¿Cuántas revistas científicas de otros países –salvando las
lógicas excepciones del hispanismo– aceptan eruditos artículos en
la lengua de Cervantes? No hay necesidad de extenderse más sobre este punto.
Vaya por
delante que desde estas páginas se pretende promover una respuesta adecuada
a esta situación sin menospreciar por ello los esfuerzos que ya se están
haciendo. No se cuestiona, pues, la excelencia científica ni la profesionalidad
de las publicaciones españolas e hispanoamericanas que, desde universidades
y centros de investigación, extienden el saber en español. Pero,
fuerza es decirlo, aún nos lleva la delantera el todopoderoso inglés,
el científico alemán, el francés e incluso el italiano.
Por poner un honroso ejemplo, hablemos de las revistas que publica la Universidad
Complutense. Publicaciones como Botanica Complutensis, Lazaroa, Coloquios de Paleontología
o Clínicas Urológicas, todas dentro del servicio de publicaciones
de dicha academia. Esto es solamente un ejemplo del buen hacer científico
de las publicaciones que usan el español como lengua vehicular. Hay que
poner gran énfasis en la lengua, incluso para usos científicos.
La lengua no es propiedad exclusiva del lingüista, del filólogo o
del miembro de la Academia Española. Se echa de menos algo de corrección
en el uso del español científico –hay demasiada abundancia de barbarismos–.
Se echa de menos acaso algún organismo que –como el TermCat en cuanto al
catalán–, se ocupe de uniformizar el aluvión de términos
extranjeros que vienen con las nuevas tecnologías. En español, en
cambio, tenemos una gran confusión en la traducción de términos
técnicos del inglés, que adoptan a veces formas diferentes a ambos
lados del Océano. Así las cosas, no es de extrañar que muchos
prefieran utilizar, en vez de su propia lengua, esa nueva koiné científica
que se ha venido imponiendo en los últimos años, esa lingua franca
de nuestros tiempos que es el inglés.
Desde estas páginas siempre se ha insistido en la necesidad de potenciar
la presencia del español en ese gran foro o ágora internacional
que es Internet. Será la única manera de asegurar un futuro viable
en los años venideros para los hablantes de español, que van en
franco ascenso en el mundo.
Sin embargo, los esfuerzos por fijar una terminología científica
uniforme para el español suelen provenir mayoritariamente del ámbito
privado. Tanto es así, que ya contamos con diversas obras, sobre todo léxicos
y diccionarios especializados, que se ocupan del español tecnológico,
casi siempre confrontado con el inglés. Todavía no existe, empero,
una obra global que contenga todo el acervo terminológico de las nuevas
tecnologías en español y que haya propuesto soluciones para los
problemas más candentes. Una de las aportaciones más destacadas
es la reciente obra Internet y el español (Madrid, Biblioteca Fundación
Retevisión 2001) de José Antonio Millán, que ofrece aportaciones
novedosas para el problema del español frente a las nuevas tecnologías
de las comunicaciones.
Nos gustaría concluir estas breves consideraciones sobre el español
como lengua de intercambio científico con un ejemplo de cómo se
pueden hacer bien las cosas, como recoge precisamente Millán en su libro,
y que se ha convertido en paradigma del uso sin fronteras del español para
fines científicos y de investigación: la RedIRIS. RedIRIS es una
red de índole académica que se gestiona en el CSIC, con la financiación
del Plan Nacional de I+D. Se trata de una red universitaria y de investigación
española que nace con vocación internacional y tiene como objetivo
promover foros de discusión científica en un "entorno hispanohablante
internacional", según afirma su declaración de intenciones
(véase www.rediris.es) cuyo tercer
punto reza: "Favorecer la discusión en castellano en temas que generalmente
se vienen haciendo en inglés". Esta ambiciosa empresa no está
exenta de problemas de comprensión, como es lógico.
En definitiva, este es un ejemplo de cómo se puede promover, bien desde
las instituciones públicas o bien desde la iniciativa privada, el uso del
español en el intercambio de conocimientos científicos y de investigación.
En este momento hay unas trescientas listas con distintos foros de discusión
en RedIRIS, foros llenos de mentes despiertas que desarrollan sus actividades
en diversos ámbitos científicos, contribuyendo no sólo al
avance de la ciencia, sino también a la expansión de la lengua española,
un objetivo que debe ser común para todos los que la usan y la aman.
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