El mundo árabe y el español
La gran influencia del Islam
en la cultura hispánica no es nada nuevo. Después de la prolongada
presencia de los árabes en la península ibérica, las huellas
en la lengua –sobre todo en el abundante léxico de origen árabe,
segundo en importancia tras el que procede del latín– permanecen indelebles
hasta la actualidad. Por extensión, todos los países que hablan
español deben sentirse cercanos a la idea de un hermanamiento entre lo
árabe y lo hispánico.Una breve historia
Hagamos
un poco de historia: no solo la lengua fue enriquecida con nuevas palabras y conceptos.
Bajo los reinos de Alfonso X el Sabio y su padre Fernando III el Santo, convivieron
tres culturas: judíos, árabes y cristianos. En su corte, entre Toledo
y Sevilla, el rey sabio reunió a astrólogos, matemáticos
y expertos en ciencias y leyes. Así conoció Europa a los sabios
griegos, como Aristóteles, y la ciencia árabe, a través de
la España musulmana.
Preludiando el Renacimiento que germinó siglos más
tarde en Florencia, uno de los focos culturales fue Córdoba, ciudad de
la industria y de las artes, ciudad del cordobán, ciudad luminosa de un
millón de gentes, de mezquita y obras públicas para ornato y comodidad
de la población, ciudad de Averroes y Maimónides, dos de sus nobles
hijos que proclamaron su nombre por todas las universidades de la oscura Europa
del año mil. O del gran poeta Samuel ibn Nagrela, pues hay que acordarse
de nuestras deudas: la lírica española hunde sus raíces en
la cultura árabe, como ponen de manifiesto las jarchas, primeras manifestaciones
poéticas en romance insertas en poemas semíticos.
Recordemos por un momento estas jarchas y también al
añorado Emilio Alarcos, gran estudioso de este monumento de la lírica
hispano-árabe en artículos fundamentales como "Sobre las jaryas
mozárabes" (Revista de Letras, XI, 1950, pp. 297-299) o "Una
nueva edición de la lírica mozárabe" (Archivium,
III, 1953, 242-250). El gran lingüista y académico salmantino, Premio
Príncipe de Asturias y autor de las gramáticas más usadas
por los estudiantes de filología, supo apreciar bien la deuda cultural
con el mundo árabe.
En Al-Andalus corrieron los caudales poéticos de ese
mundo árabe añorado, muchas de cuyas joyas se han perdido para siempre
en la destrucción de la Biblioteca de Bagdad. En palabras de la catedrática
de Sevilla Ingrid Bejarano (EL PAÍS, 16-04-2003, p.32), "han
desaparecido manuscritos medievales de literatura andalusí y de prosa rimada
de valor incalculable". Poemas como los del cordobés Ibn Hazm (994-1063):
su obra El Collar de la Paloma puede que sea el más bello libro
de amor de la literatura árabe, un tratado casi ovidiano sobre el amor
que expresa una temática muy cercana al amour courtois provenzal,
la modalidad literaria del amor "udhrí". O como los de los grandes
poetas y místicos que dio la fértil tierra de Murcia: Ibn Wahbûn
(1039-1138), Ibn Sîda (1006-1066), lexicógrafo y literato, Safwân
ibn Idrîs (1165-1202), autor de risalas, biografías y la antología
poética Zâd al-Musâfir, el sufí Ibn Sabin de
Murcia (1218-1270), Ibn Hazîm de Cartagena, (1211-1285) y, ocupando un lugar
de honor, Ibn al-Arabî (1165-1240), que escribió poesía erótico-mística,
conversaciones con almas de muertos, el Intérprete de los amores,
la Perla preciosa o Libro del cero (que influyeron en Ramón
Llull) y que murió en Bagdad, emigrado a uno de los centros del saber islámico.
El ilustre filósofo, místico y poeta murciano es el paradigma de
la España integradora, opuesta a la España intolerante de la expulsión
de los moriscos.
Hoy más que nunca, a la luz de los tristes acontecimientos
que presenciamos en Iraq, hay que insistir en lo que nos acerca al mundo árabe
como hispanohablantes, como occidentales, sin dar ningún crédito
a las voces que auguran un enfrentamiento entre oriente y occidente.
Malos tiempos para el panarabismo, la doctrina que propugna
la unión de todos los países de lengua y civilización árabes.
Desde que Nasser proclamara en 1953 la república en Egipto, convirtiéndose
en paladín del arabismo, muchos árabes se unieron en torno a esta
idea y a su figura emblemática. La nacionalización del canal de
Suez en 1956 fue un desafío que provocó las iras de las potencias
occidentales. La guerra de los Seis Días con Israel puso de manifiesto
que las tensiones en la zona solamente se aliviarían mediante un entendimiento
entre los países árabes, Israel y occidente.
Es absolutamente necesario el encuentro de Israel y Palestina,
entendimiento imprescindible que señale el camino en paz de esas tres culturas
de las que tanto nos enorgullecemos los hispanohablantes.
Ellos
somos nosotros
Y en estos momentos, qué decir, hacia qué lugar
desviar la avergonzada mirada. Por más que cualquier coalición se
empecine, por más que quieran destruir –vidas, ciudades, civilización
y cultura–, los pueblos árabes serán quienes deban decidir sus opciones.
Ese mundo árabe laico, democrático y respetuoso con los derechos
humanos no podrá nunca imponerse por la fuerza de las armas.
Nosotros, por nuestra parte, debemos seguir trabajando por
esa amistad secular que conforma nuestras raíces ahondando en ellas, ensayando
caminos propios de entendimiento, ahuyentando así cualquier herida que
pudiera haberse producido, cualquier falta de credibilidad. Nos lo exige nuestra
cultura, nuestra historia y nuestra lengua.
PALESTINA. La OLP se fundó en 1964. Tras la fundación
del estado de Israel, la población palestina huyó masivamente a
los países vecinos. En 1967, el tratado que puso fin a la guerra de
los seis días preveía cierta autonomía para los territorios
ocupados. Desde 1987 los palestinos viven en una insurrección continua
contra Israel, y la OLP fue reconocida como única representante del pueblo
palestino por sus vecinos árabes, que renunciaron a cualquier pretensión
territorial. Cualquier proceso de paz queda bloqueado por el endurecimiento de
la política israelí.
ISRAEL nace el 14 de mayo 1948 a partir del plan de
la ONU para la partición de Palestina, que siempre fue rechazado por los
países árabes limítrofes. Se cumplía la vieja aspiración
del pueblo judío de contar con un estado propio y poner fin a su secular
diáspora desde el Exilio (s. VI a.C.). Sin embargo, este nuevo estado ha
vivido en permanente situación de amenaza, entre conflictos con sus vecinos
árabes, como las cuatro guerras árabe-israelíes (1948-9,
1956, coincidiendo con la nacionalización de Suez; 1967, conocida como
guerra de los seis días y 1977, guerra del Yom Kippur). En
todas ellas aumentó Israel su territorio y su poder, gracias al apoyo de
EE UU. Desde 1987 los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania son el foco de
una revuelta popular de los palestinos, la Intifada, un hostigamiento permanente
de guerrillas que socava las libertades y la convivencia. Hasta hoy día,
el proceso de paz iniciado en Madrid en 1991 ha sido infructuoso.
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