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EL PAÍS, miércoles 30 de enero
de 2002
Lodares escribe sobre la tradición religiosa del nacionalismo lingüístico
El filólogo presenta "Lengua y Patria"
M. MORA, Madrid
Al filólogo Juan Ramón Lodares lo han acusado de casi todo.
"Desde españolista a jacobino de izquierdas, pasando por compinche
de Aznar y Villalonga". Esos furiosos ataques contra "la visión
por libre de un simple profesor de Lengua" (da clase en la Autónoma
de Madrid) siguieron a su polémico libro El paraíso políglota
(Taurus, 2000), que primero suscitó el enfado de sectores nacionalistas
y académicos y luego fue finalista del Premio Nacional de Ensayo. Ahora,
Lodares cierra su ciclo sobre las lenguas del Estado con Lengua y patria (Taurus),
donde enmarca los nacionalismos lingüísticos en el tradicionalismo
nacional-católico.
"El nacionalismo lingüístico surge de la Pax Hispánica",
explica Juan Ramón Lodares, "y esa pax se fundó no en la unidad
lingüística, sino en la unidad religiosa que emanaba del canon bíblico,
ya señalado por Adrian Hastings. Ese canon consideraba que la lengua es
un atributo sagrado, un trasunto de la raza y fundamento de la nación,
y proclamó: "Id y predicad a cada uno en su lengua".
A través de 18 capítulos, Lodares documenta esa vinculación
lengua-raza-nación "cuyo origen último es el mito de Babel",
y pone además sobre el tapete "las aspiraciones materiales de los
nacionalismos lingüísticos, que tienden a facilitar el acceso preferente
de sus hablantes a los bienes de interés social".
Aunque según Lodares eso no las convierte en lenguas excluyentes ("no
lo son del todo, porque, en teoría, si las aprendes puedes integrarte"),
sí les otorga, sostiene Lodares, cierto toque xenófobo y clasista:
"El particularismo puede atrincherar a los hablantes y, sobre todo, crear
una gran fragmentación lingüística vertical. En Cataluña,
por ejemplo, sólo llegas a determinados niveles laborales si hablas catalán.
Y el riesgo de eso es que la comunidad pueda sentir la lengua como una barrera
de clase, pensar que el que mejor la domina accede mejor a las cosas importantes".
Lodares sugiere en su libro que "una interpretación típica
pero no exclusiva del nacionalismo" consiste en considerar "cualquier
proceso de comunicación suprarregional una suerte de error histórico".
Lo cual, afirma, significa valorar poco el arraigo de las lenguas de las comunidades
amplias, y desdeñar la importancia que tienen los factores económicos,comerciales
y empresariales en la expansión de las lenguas. "El español
en América no es un fenómeno del virreinato sino de los siglos XIX
y XX, de la emigración", asegura Lodares.
Y lo explica con datos: "En 1830, sólo uno de cada tres americanos
hablaba español. En 1900, había 70 millones de hispanohablantes.
El número se multiplicó por 6 ó 7 en 100 años. Es
decir, que hubo una parte de imposición, pero sobre todo necesidad de comunicarse".
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